Si bien ya deberíamos estar acostumbrados a no tener las mejores, ni más agradables noticias para nuestro país, durante los últimos días hemos recibido unos de los peores bombardeos de informaciones desastrosas, opiniones desfavorables y las peores decisiones políticas durante estos tres años y medio del gobierno de nuestro presidente Alán García y los equívocos errores de su gabinete ministerial.
El penoso y desagradable hecho suscitado por los nativos aguarunas en Bagua, es algo grave que pone de luto a todo el Perú, dadas las cifras de muertos y heridos, y en tela de juicio, una vez más, a las decisiones que suelen tomar nuestros asertivos “representantes políticos”: desde nuestro locuaz presidente de la república calificando de “barbarie” la actitud de protesta de nuestros compatriotas nativos, hasta nuestro condescendiente premier cerrándose en una afirmada denegación a la derogatoria de las leyes que atentan y vulneran los derechos sobre las tierras selváticas.
Resulta ahora que por razones “de un desacuerdo sobre el manejo del gobierno ante el brutal enfrentamiento entre policías y nativos” nuestra representante del Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, Carmen Vildoso ha presentado su renuncia, irrevocable, ante las autoridades competentes, demostrando así, según la misma percepción de nuestra opinión pública, solidaridad con los protestantes asesinados cruelmente y sus familias; así como sensatez y dignidad frente a un claro error de nuestro gabinete ministerial y un orgullo que les impide a muchos de ellos, como Yehude Simón y Mercedes Cabanillas, admitir su grado responsabilidad en lo ocurrido.
Dado este hecho, casi irrelevante y sin consecuencia alguna, la gran pregunta es: ¿es verdaderamente necesaria y contundente la renuncia de Vildoso para hallar una solución y establecer un clima de estabilidad y tranquilidad en los aguarunas? La respuesta es más que evidente y al parecer no es más que una cortina distractora de nuestra realidad o simplemente un acto más de nuestro acostumbrado circo gubernamental, que según parece siempre anda en busca de un lavado de manos acta toda equivocación o una dimisión ante la claramente caída en picada, y de cara, del periodo de gobierno de García.
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